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Interseccionalidad: un enfoque urgente en las escuelas

Actualizado: 7 ago 2022



Hemos defendido, con especial ímpetu en las últimas dos décadas, la diversidad como un elemento patrimonial. Lo es porque la suma de múltiples formas de ver y vivir el mundo, y con ello las maneras en cómo esta multiplicidad se manifiesta, componen un conjunto privilegiado de expresiones de lo humano. Sin embargo, asistimos a un mundo en el que expresar(se) no es un asunto sencillo.


Ya decía Vicente Verdú, desde fines del siglo pasado que lo peculiar del mundo actual no es la diversidad. Esta ha existido siempre. Lo particular es la tendencia a la homologación. Este hecho puede verse con el surgimiento de movimientos de nacionalismo extremo en buena parte del mundo; los brotes cada vez más comunes de xenofobia, la promoción de leyes desfavorables para la población Lgbtq+ en varios territorios o la aparición de grupos neonazis que se pasean por los centros de algunas de las principales ciudades del mundo, por poner solo algunos ejemplos.


Lo anterior debe llevarnos a reconocer, sin rodeos o eufemismos, que hay poblaciones históricamente excluidas y discriminadas, y que, a pesar de los discursos políticamente correctos en términos de inclusión, estamos lejos de construir sociedades basadas en el derecho a construir o transitar entre identidades. En medio de lo anterior es urgente hacer otra aclaración: si bien la exclusión está instalada prioritariamente en ciertos grupos, hay personas que cuentan con dos o más condiciones que acentúan aún más la discriminación a las que son sometidos.


Pensemos, por ejemplo, en el acceso a ciertos cargos por parte de las mujeres. Como sabemos, los porcentajes de participación en cargos directivos son bastante mayores para los hombres en los sectores más grandes de la economía. Las mujeres, claramente, tienen mayores obstáculos para acceder a estas posiciones laborales. Pero si adicionalmente a la condición anterior, incluyéramos en el análisis a las mujeres trans, veríamos que los porcentajes no solo bajan monumentalmente, sino que se acercan a cero. Dos condiciones simultaneas, la de mujer y la de trans, se suman haciendo que la discriminación sea aún mayor.


Esta lectura podría ser extrapolada a otras muchas intersecciones. Vulnerabilidad económica y discapacidad; condición étnica y orientaciones sexuales diversas; víctimas del conflicto y género son posibles duplas que permiten identificar cómo varias condiciones se suman para hacer que ciertas personas tengan una brecha mayor frente al acceso a derechos fundamentales.


Desde las perspectivas anteriores la escuela no puede ser ajena a esta mirada. No solo por su posición privilegiada para formar en ciudadanía, sino por la existencia de muchos de los anteriores cruces en estudiantes y otros miembros de las comunidades educativas. La escuela no solo debe reconocer esta situación, sino actuar decididamente para cumplir con un propósito no postergarle: convertirse en un espacio hospitalario, un lugar que acoge a todos y todas con las mediaciones necesarias para que apropiar los saberes sea una posibilidad permanente.


Nos urgen acuerdos sociales que acompañen a la escuela en este gran reto. Por lo pronto la invitación no es a aplicar recetas, sino a abrazar a la escuela y a sus maestros en la búsqueda de caminos, siempre contextuales, para entender y promover el enfoque de interseccionalidad, y con ello el florecimiento de la humanidad, diversa y plural como siempre ha sido.



 

Autor: Juan Felipe Aramburo. Consultor de Educación.

Artículo publicado en La Silla Llena el 3 de agosto de 2022.


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